Letras de sangre

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Vampirismo

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No existe un mito que produzca a la vez tanto pánico y fascinación como el vampirismo. El poder de la sangre y la necesidad de alimentarse de ella, la capacidad de regresar a una aparente vida tras la muerte, el llevar una forzosa existencia nocturna ante el dañino poder del sol, el tormento que supone la vida eterna... La figura del vampiro está regida por unas leyes fijas, pero posee también capacidades que están fuera de alcance de toda comprensión humana y que le otorgan a estos seres un inquietante y sugerente poder.
Sin embargo, existe otro aspecto característico del vampirismo que nos atrae con mayor fuerza: la sexualidad. Estas criaturas necesitan a toda costa saciar sus necesidades de sangre, obtener el placer de chupar la vida de los mortales a cualquier precio, y para ello son capaces de utilizar todos los medios que estén a su abasto. Todos estos son elementos desarrollados, en gran parte, por el cine y la literatura y que, en su conjunto, ofrecen un atractivo ciertamente extraño. Pero la actual imagen que tenemos del vampiro no es, ni mucho menos, la más interesante.
Como todo mito, el vampirismo posee unos orígenes que, mediante el paso de las generaciones, han ido derivando en el actual concepto que tenemos de estos seres hoy en día. No obstante, el conde malvado que se oculta tras su capa acechando a jovencitas en los oscuros callejones dista mucho de los verdaderos vampiros. Porque, en efecto, esta leyenda esta fundamentada en hechos reales y documentados que se han sucedido a lo largo de la historia.

Para hallar los verdaderos orígenes del vampirismo deberíamos remontarnos a épocas remotas, pues, al contrario de lo que podríamos creer, este no es un fenómeno que se haya desarrollado en los últimos tiempos. Ya en la antigua Babilonia existían leyendas sobre supuestas bestias "bebedoras de sangre" (Lilith, espíritu malvado que provocaba sueños lascivos y de la que se dice que fue la primera mujer de Adán), así como en la mitología asiria encontramos diferentes figuras sobre peculiares criaturas que volvían de la muerte para atormentar a los vivos. Los egipcios temían a un pájaro "bebedor de sangre", al que consideraban la reencarnación de un inocente ajusticiado, que había adquirido esa forma para atacar durante las noches a los hijos de sus enemigos.
Las rutas de la seda que cruzaban Asia se encargaron de extender este tipo de leyendas; por todas partes aparecen seres míticos que se relacionan estrechamente con los vampiros. Encontramos a los rakshasas hindúes, los berbangs filipinos, los langsuir malayos, al Ch'ing-Shih chino o al jikininki japonés. Pero también en África y América aparecen seres semejantes entre las leyendas de los pueblos indígenas; entidades que se adhieren al espíritu humano para irle absorbiendo, poco a poco, la vida. Todos estos mitos están ligados con el universal poder de la sangre como esencia renovadora de la vida.

La introducción de la figura del vampiro en Europa se produjo, probablemente, con la llegada de los gitanos procedentes de la India, quienes legaron a la cultura eslava las leyendas de los denominados "parásitos del alma". En Bulgaria aparecería el krvoijac, en Prusia el gierach, en Rumania el strigoiul, en Polonia el upier, en Serbia el vlkoslak, en Hungría el vampyr... También la cultura griega se vería influenciada con la aparición del brukolako. En la tradición latina, como en casi todas las religiones, la sangre juega también un papel destacado y los vampiros se introducirían en ella bajo el nombre de lamias o súcubos. Las citas que las Sagradas Escrituras hacen respecto a la importancia de la sangre y a la existencia de estos seres no son pocas.
A raíz de todas estas creencias, la tradición popular se encargó de desarrollar el mito y darle forma. Los campesinos se explicaban historias acerca de estas criaturas, de sus costumbres, sus poderes y las formas existentes para acabar con ellas. Pero, ¿quién se transforma en vampiro? El folklore de los países de Europa Oriental nos da una respuesta: aquellos que mueren víctimas de otro vampiro, aquellos que fallecen por accidente o asesinados, los que al morir se ven reflejados en un espejo, el séptimo hijo de una familia que muere de forma precipitada..., todos ellos son susceptibles de sufrir una transformación tras la muerte, de no obtener el descanso adecuado. Se convierten en los denominados unded (término inglés que se aplica a seres que no pertenecen al mundo de los vivos pero que, sin embargo, tampoco están muertos).

Siglos después (hacia el XVIII) aparecerían los auténticos casos de vampirismo. Se descubrió que existían extrañas epidemias en aldeas de Serbia, Polonia, Bulgaria, Hungría, Rumania, Bohemia y Moldavia donde la gente fallecía de forma inexplicable. Los afectados por la dolencia perdían repentinamente la energía, se tornaban pálidos, deliraban en sueños y se aterrorizaban ante la llegada de la noche. Los relatos que explicaban eran realmente inquietantes; mientras dormían se les aparecía una extraña figura que, al acercarse a su lecho, les oprimía de forma violenta y extenuante el pecho. Dichos casos fueron atribuidos rápidamente a los vampiros y esta creencia no hizo más que crecer por toda Europa. Se colgaban ajos en las puertas y crucifijos sobre las camas, se exhumaban cadáveres para cortarles la cabeza, quemarlos o atravesarles el corazón por doquier... Ante estos florecientes y misteriosos casos, filósofos, teólogos y científicos de todo el continente publicaron sus tratados intentando hallar una explicación
La leyenda de los vampiros había ido desapareciendo de Europa, cuando en el siglo XVII el abad Don Agustín Calmet, un erudito en arqueología y teología, a la vez que en los temas bíblicos publicó un librito titulado Vampiros de Hungría y los alrededores. Como se cuidó de incluir testimonios médicos sobre el desenterramiento de infinidad de cadáveres incorruptos en los países que formaban la región de Transilvania, creyó estar ante unos evidentes casos de vampiros:

Durante el presente siglo, un nuevo panorama se ofrece ante nuestros ojos en Hungría, Moravia, Silesia y Polonia. Es un fenómeno que viene produciéndose desde hace unos sesenta años. Cuentan las gentes, que han visto a muertos, que llevaban varios meses enterrados, volver, hablar, caminar e infestar pueblos enteros, maltratando a los hombres y animales, chupando la sangre de los inocentes, a los que enferman y, por último, los llevan a la muerte. De esta desgracia nadie se salva, porque es imposible evitar las visitas de tales enemigos. El remedio parece ser desenterrar a estos muertos, cortarles la cabeza, arrancarles el corazón o quemarles. Se confiere a estos resucitados el nombre de upiros o vampiros, que es como tacharlos de sanguijuelas. De ellos se describen tantas particularidades, todas ellas detalladas y revestidas de hechos tan evidentes, y de informaciones jurídicas, que uno debe creer a los habitantes de estos países cuando afirman que los resucitados salen de sus tumbas para causar tanto daño...

Ciertos sectores de la Iglesia, unidos a unos editores avispados, convirtieron la obra de Calmet en una "lectura obligada" dentro de toda Europa. Se diría que contaban con el antídoto para frenar el avance tan espectacular del protestantismo. Así resurgió el mito de los vampiros con una fuerza inusitada.

Voltaire llegó a escribir: "... No se oye hablar más que de vampiros entre 1730 y 1735; se les descubre en todas partes, se les tiende emboscadas, se les arranca el corazón, se les quema...". Pero el gran pensador francés llegó a más, al considerar que se estaban dando muerte a centenares de incautos, cuando los verdaderos "vampiros" eran los poderosos que "chupaban la sangre de los más débiles" o los "religiosos que abusan de la ignorancia del pueblo".
Actualmente se ha podido comprobar que ciertas capas arcillosas, lo mismo que otras clases de tierras, son capaces de mantener una temperatura cercana a los Oº C, con lo que impiden que se corrompan los cadáveres...¿Cuántos muertos han sido considerados, al ser desenterrados, santos... o vampiros por el simple hecho de que sus cuerpos se mantuvieran intactos?. Todo se basaba en que el cementerio se encontrara en una región católica o en otra pagana.
De esta época destacamos obras como Magia Posthuma de Ferdinand de Schertz, Philosophae et Christianae cogitationes de vampiris de Johan Christopher Herenberg, Masticatione mortuorum in tumulis de Michel Raufft y Phillipe Rherius, y, sobretodo, Dissertation sur les apparitions des esperits et sur les vampires et revenants del abad Dom Agustín Clamet. Porque, sí, en efecto, también la Iglesia se vio implicada en estos asuntos pero los altos cargos jamás reconocieron estos casos aunque muchos párrocos, monjes y obispos enviaran cartas dando fe de ellos.

La definición que redactó Collin de Plancy en su Diccionario infernal, publicado en 1803, dice: "Se da el nombre de upiers, upires o vampiros en Occidente; de brucolacos en Medio Oriente; y de katakhanes en Ceilán, a los hombres muertos y sepultados desde hace muchos días que regresan hablando, caminando, infectando los pueblos, maltratando a los hombres y a los animales y, sobre todo, sorbiendo su sangre, debilitándolos y causándoles la muerte. Nadie puede librarse de su peligrosa visita si no es exhumándolos, cortándoles la cabeza y arrancándoles y quemándoles el corazón. Aquellos que mueren por causa del vampiro, se convierten a su vez en vampiros."

Singularmente, en la zona de los Pirineos se daba el nombre de brucolacos a los ahorcados injustamente, que abandonaban sus tumbas durante las noches para chupar la sangre a sus verdugos, sin detener este ataque hasta que les habían arrebatado la vida.

En el Rapaganmek Acadio es el primero en anticipar la figura clásica del vampiro literario. En la tablilla de la diosa Ishtar Descenso al país inmutable ya se condensa por completo la esencia de estas diabólicas criaturas. Los vampiros en Grecia eran llamados Vaimones Prostoxivi. Y en la Edad Media nacieron los luttins de los normandos y los voukodlaks de los eslavos.
Filósofos como Voltaire y eminentes médicos denunciaron la "locura" que se había apoderado de toda Europa. Obras donde se recogían decenas de casos de vampirismo; periódicos donde se publicaban notícias relacionadas con "el mal del vampiro"; nuevas exhumaciones donde se hallaban cadáveres que, a pesar de haber sido enterrados hacía mucho tiempo, seguían conservando un aspecto saludable, con las uñas y el pelo crecidos y la piel rosada; narraciones sobre seres que se abalanzaban sobre los vivos chupándoles la sangre... Era demasiado para el Siglo de las Luces, y los racionalistas de la época buscaron argumentos para negar tales necedades. Teorías sobre epidemias reales que causaban una enorme sed y un deseo sexual incontrolable (la rabia, por ejemplo) o hipótesis más recientes como la de la porfiria o la esquizofrenia para justificar estos extraños relatos que nos ha dejado la historia han sido frecuentes. La conservación de los cuerpos tras la muerte es ya un tema más delicado; médicos forenses del siglo XVIII defendieron la idea de que, ciertos tipos de arcillas, podían evitar la corrupción de los cadáveres al mantenerse a varios grados bajo cero.


Otras variantes del vampirismo

Las vampiras más clásicas son Carmilla, de Sheridan Le Fanu, y Clarimonda, de Gautier. No les anda a la zaga Verónica Aisworth, que es la vampira de Orgasmos de sangre, un cuento de Carter Scott.

Las vampiras no se diferencian materialmente de sus "hermanos" masculinos, excepto en que ofrecen toda la hermosura fascinante de las grandes amantes de la historia: Cleopatra, Mesalina, Lucrecia Borgia, etc. También son dueñas de grandes riquezas y cuentan con un séquito fiel de criaturas infernales.

Pero los vampiros pueden adquirir otras formas, como las del supuesto hijo de un sultán, en un cuento que forma parte de los dos centenares largos que dan forma a Las mil y una noches. Este engendro es clarividente, puede transformarse en el ser humano que estime conveniente o en cualquier animal, se alimenta de los cuerpos y la sangre de los hombres y mujeres y su "trabajo" principal es sembrar el mal por toda la zona donde se encuentra, al actuar como una especie de demonio. Esto no impide que pueda ser combatido con astucia.

Otras formas de vampirismo son las criaturas invisibles como en ¿Qué era aquello? de O´Brien, y en El Horla, de Maupassant. Enemigos muy distintos entre sí, ya que si el primero se limita a atacar, después de sembrar el terror con sus paseos casi fantasmales en el interior de un edificio, mientras que el otro ejerce un dominio mental y físico sobre su víctima, hasta casi arrastrarla a la locura...

Se pueden enumerar otras formas, como las de la Inquisición, con su cruel sentido de convertir a los infieles, que se aprecia en La promesa, de Villiers d I´sle-Adam. Lo que nos importa es dejar claro que estamos analizando un fenómeno que va más allá de lo literario.


Estos son los verdaderos hechos, el resto pertenece a la literatura y el cine. La primera se encargó de convertir al vampiro en un ser terrorífico pero a la vez profundamente romántico, explotando el tormento de un criatura condenada a la eternidad. Lo cierto es que estas leyendas han influido enormemente en todas las corrientes literarias.